Carta con motivo de la Jornada Pro Orantibus (Santísima Trinidad). 2010

 

Con ocasión de la solemnidad de la Santísima Trinidad, de nuevo agradezco a las religiosas de clausura de nuestra Diócesis el amor con el que custodian el don de la oración del que les ha hecho merced Dios, en favor de la Iglesia y del mundo entero. Por nuestra parte, los fieles y pastores de esta Iglesia Particular de Alcalá de Henares también rezamos, con gran aprecio en Cristo, por sus personas, necesidades e intenciones.

Este año celebramos la Jornada “Pro Orantibus” con el lema “La vida contemplativa, cenáculo eucarístico ¡Venid, adoradores!” con la mirada puesta, como siempre, en Dios y en el prójimo; y ante los desórdenes e injusticias que constatamos en la sociedad y también en nuestras propias comunidades, nos preguntamos: ¿cómo puedo contribuir a cambiar este estado de cosas? Es exactamente la misma inquietud que sintieron, hace ya más de dos mil años, unos sabios de oriente: en su noble corazón percibían que el mundo no era como debía y aspiraban a cambiarlo. Conocían antiguas profecías que anunciaban el advenimiento de un rey en Israel que restablecería el orden en el mundo entero; cuando descubrieron un nuevo astro en el firmamento, reconocieron en él la señal de que, por fin, se había cumplido el oráculo. Se pusieron en camino hacia Palestina para encontrar a ese Rey, ponerse a su servicio y contribuir así a la renovación del mundo.

Como nosotros, aquellos hombres pensaban que lo que hacía falta para transformar el mundo era fuerza, poder, riqueza, prestigio, posición social. Por eso, supusieron que el rey prometido habría nacido en el palacio real de Israel y a él se dirigieron. Sin embargo, sus pesquisas terminaron conduciéndoles a un humilde lugar en el que encontraron un matrimonio como tantos otros con un niño. Muchos de nosotros hubiéramos pensado que, sin duda, nos habíamos equivocado y, decepcionados, hubiéramos vuelto por donde habíamos venido; sin embargo, los corazones de aquellos sabios, tocados por el Espíritu Santo, reconocieron en aquel bebé el cumplimiento de las profecías: se postraron y le adoraron, porque comprendieron también que no se trataba tan sólo de ponerse a su servicio, sino de entregarle todo su ser. Con aquella postración se inició una verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo, pues la adoración es la fuerza que transforma al hombre, la sociedad y el cosmos.

Esta fuerza misteriosa de la adoración no ha dejado de actuar a lo largo de la historia. En torno al año 500, cuando el imperio romano acababa de caer y reinaba el caos, Benito- un joven noble de cerca de Roma- decidió retirarse como ermitaño y dedicarse al culto divino. Poco a poco se le fueron añadiendo otros compañeros y empezaron a tener cierta vida de comunidad. Para organizarla, Benito redactó la Regla: nació así la orden benedictina, que ha sido uno de los elementos que más hondamente ha influido en la configuración de la civilización occidental; por eso, Pablo VI nombró a san Benito patrón de Europa. ¡Qué paradoja!: el hombre que se retiró del mundo para consagrarse al culto divino, ha resultado ser decisivo para la historia de ese mundo que aparentemente dejaba atrás.

Ya en nuestros días, contaba la madre Teresa de Calcuta a un obispo estadounidense: “En el Capítulo General que tuvimos en 1973, las hermanas pidieron que la Adoración al Santísimo, que teníamos una vez por semana, pasáramos a tenerla cada día, a pesar del enorme trabajo que pesaba sobre ellas. Esta intensidad de oración ante el Santísimo ha aportado un gran cambio en nuestra Congregación. Hemos experimentado que nuestro amor por Jesús es más grande, nuestro amor de unas por otras es más comprensivo, nuestro amor por los pobres es más compasivo y nosotras tenemos el doble de vocaciones. Dios nos ha bendecido con muchas vocaciones maravillosas. El tiempo que empleamos en nuestra audiencia diaria con Dios es la parte más preciosa de todo el día.

Nuestros hermanos y hermanas contemplativos han consagrado su existencia a este misterio de la adoración: a ellos se dirige nuestra mirada agradecida en esta Jornada “Pro Orantibus” que hoy celebramos bajo el lema “¡Venid, adoradores!” Que, por intercesión de la Virgen María, el Señor les ayude a perseverar en la adoración, por la salvación del mundo.

Con mi bendición y afecto en Cristo,


Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares